El tiempo pasa. A veces queremos parar los estúpidos relojes que nos muestran todo. Adivinos del futuro que predicen los instantes que faltan para que llegue nuestra perdición, nuestra tortura.
Al leer sientes el peso del tiempo, que sigue corriendo con su tic-tac infinito. En los libros no existen los límites horarios. El tiempo sigue fluyendo como un río por su cauce. En un sólo día podemos leer las historias de toda una vida. Nuestro reloj interno se desconecta, confundido y ajeno a la realidad. En las historias el tiempo no importa. Nunca.
Dicen que la realidad supera a la ficción, mas yo vivo inmersa en los libros, encontrando en ellos compañía; aquella que no encuentro en las personas.
Los libros son tan sabios y en ellos está contenida tanta información, que he llegado a plantearme que es imposible que estén escritos por una persona... tal vez se escriban solos.
Pero aquí me tienes, destrozando algunos folios con mi uniforme letra y mis toscas palabras. Tal vez estas frases sin sentido lleguen a convertirse algún día en un libro. Quizá ahora mismo esté fabricando un compañero.
Una nueva tapa acaba de cerrarse definitivamente, tras compartir unas interesantes historias conmigo. Vuelvo a la realidad, aunque me cuesta: Sí, este es mi mundo.
Me gustaría cambiarlo. Mi gran sueño sería poder vivir en los grandes escenarios de la literatura. Me costaría decidirme por uno de ellos, muchos días, muchos libros. Pero terminaría haciéndolo, eso seguro. Aunque, ¿por qué pienso en estas cosas? Me prometí a mí misma que dejaría de ser así. Tengo que empezar a comprender que existen otras cosas aparte de los amigos de papel.
No me costaría cambiar mis costumbres si alguna vez hubiese experimentado una vida diferente a la actual, pero ese no es el caso. Si sé cómo viven las personas normales (aunque diferentes desde mi punto de vista), es porque he llegado a comprenderlas a través de los libros. Y he decidido que al fin voy a ser como ellos.
Esta ida, surgió de un pensamiento: deseo tanto vivir en una novela de las que leo... que estoy destrozando la que realmente debería importarme, la de mi propia vida. ¿Y si puedo trazar en ella algún cuento? Al fin y al cabo, los libros deberán tener inspiraciones, ¿no es cierto?
Salí de la biblioteca a una hora temprana. Apenas habían dado las cinco de la tarde. Al salir, el hijo de la bibliotecaria se quedó mirándome, desconcertado. Le comprendía, él me conocía lo suficiente y sabía que solía salir a la hora del cierre. Le miré fijamente a los ojos, sin decir nada. Me dolía recordar que una vez llegué a pensar que tal vez él se convertiría en mi mejor amigo. Le adoraba, compartía mi gusto por la lectura. Una vez, que de repente se me antojó demasiado lejana, me confesó que de mayor quería ser escritor. Fue entonces cuando dejamos de hablarnos, ya que la escritura era para mí un sueño perdido y al parecer esto le produjo una gran desilusión.
Cuando pasé las puertas correderas de la entrada, no pude evitar mirar hacia atrás. Una lágrima salió de mis ojos y rodó con lentitud por mi cara. Todavía recordaba cuando descubrí la biblioteca, y con ella todos los placeres de la lectura.
Mis padres me llevaron hasta aquel edificio gris cuando había cumplido los cinco años. A tan temprana edad, había quedado maravillada con los numerosos volúmenes que descansaban en aquel lugar. Con el paso del tiempo, había llegado a conocer de memoria todos sus pasillos y estanterías, y me desenvolvía en ella como un jardinero en su huerta.
En mis estancias, no compartía palabras con nadie. Todos me conocían como la extraña muda de la biblioteca. Lo sé porque los oía cuchichear cuando me separaba de un libro para ir a coger otro.
Me giré, y una ráfaga de aire invernal me alborotó el pelo. Pude sentir aquel estremecimiento que tanto había escuchado en los libros por primera vez en mi vida. Con pasos asustados e inseguros, avancé por la calle, intentando concentrarme en cualquier cosa, ignorando los grandes esfuerzos que mi corazón pedía para que diese media vuelta y regresara por donde había venido.
Me di cuenta de que el abrigo me volvía a quedar estrecho, ya que pasaba frío. Y es que yo jamás me preocupaba por mi aspecto. No tenía ningún príncipe azul al que conquistar, ni a ninguna amiga a la que causar buena impresión. Aunque reconozco que desde siempre había querido cambiar esto.
Llegué hasta el portal donde vivía, y empujé la puerta, que siempre permanecía abierta. Subí las escaleras con torpes pasos hasta llegar al rellano de mi piso.
Llamé al timbre sin mucha decisión, por lo que el sonido apenas duró un segundo. Cerré los ojos. Tal vez mis padres no lo habían escuchado. Tal vez aún podía volver. Pero escuché los débiles pasos de mi madre, que rápidamente se acercaban. La puerta se abrió, dejando ver a una mujer de unos cuarenta años. En sus ojos marrones se podía leer cuando cansancio sentía. Con expresión ceñuda, me dejó paso. Abrió la boca, titubeando. Parecía dudar si preguntarme algo, como si me tuviese miedo.
-¿Por qué has venido tan pronto? -me dijo lentamente, sin alterar ningún músculo facial.
La miré a los ojos, intentando transmitirle mediante la mirada todo lo que sentía. Sin embargo, me limité a encogerme de hombros y dirigirme a mi habitación. Cuando llegué a ella, cerré la puerta y me acosté.
El sueño es, a veces, la mayor fuente de imaginación del ser humano. En ellos dejamos que afloren todos nuestros extraños pensamientos, grandes inquietudes y meditaciones. Por eso, en ellos, cad uno encuentra su fantasía más personal sintiéndose dueño de ella. Y puede que en ocasiones, ese sueño s torne de una forma rápida en una oscura pesadilla. Nuestros más internos miedos entran en ella, como unas negras manchas que aparecen en un bello cuadro, destrozándolo. En mis sueños, esas manchas son todas las cosas que desconozco del mundo real, y que desearía comprender.
Por eso, esta mañana me desperté nerviosa, y empapada de sudor. Una nueva pesadilla había invadido mi sueño, envenenándolo. Suspiré, y tras prepararme, salí corriendo al colegio. Mi madre me dedicó una sonrisa antes de salir, lo cual me dio fuerzas para enfrentarme al mundo. Sin embargo, al entrar en mi clase, y ve como todo el mundo se reunía en diferentes grupos y reían, la fuerza que sentía desapareció, y un miedo se apoderó de mí, haciéndome ir corriendo a sentarme en mi sitio, intentando pasar desapercibida. Y, justo cuando pensaba que podía salvarme, sentí unos ojos que se clavaban en los míos. Se acercó a mí, con las manos metidas en los bolsillos y como una tímida sonrisa. Antes de que comenzase a hablar, pude percibir lo nervioso que estaba.
-¿Me puedo sentar a tu lado?
En ese instante mi mundo se puso patas arriba, se revolucionó, y mi corazón comenzó a marcar el ritmo de una alegre y rápida canción. Me quedé mirándolo, sorprendida. Tragué saliva, percatándome de que aquello no era una broma. Sonriendo, pensé cuando nos habíamos encontrado el día anterior y asentí.
Gracias a su ayuda, mi vida dio un gran giro. Recordé cosas olvidadas y comencé a comprender. Con el paso del tiempo terminé haciéndome escritora, mientras que esta etapa mía casi quedó olvidada. Pero estas hojas en las que todo quedó escrito quisieron aparecerme esta misma mañana, y por el simple placer de escritora quise terminarlas. Es que para mí, escribir es todo. A veces decía: no, de mayor no quiero ser escritora, no me gusta tanto escribir. Y era entonces cuando me equivocaba.
Escribir es una sensación preciosa. Es como si nuestros dedos, ellos solos, escribiesen frases con sentido, intentando trenzar la más bella poseía.
Nunca se suele conseguir, pero es bonito intentarlo, y volver a intentarlo, persistiendo en cada momento, sin poder tener más que el resultado del intento, sin conseguir llegar a la estrella de nuestros sueños formando el libro perfecto.
Es irónico, que después de leer tanto, que después de intentar escribir tanto, me haya parecido tan bonito estas hojas que escribí a modo de diario en mi niñez. pero desde cierto punto no lo es. Escribir es describirse a uno mismo mediante cuentos. En todos nuestras creaciones depositamos nuestros más profundos sentimientos, así que no es algo raro sentirse identificado con ellos.
Si uno lo mira así, los libros no se escriben solos. Cada uno de ellos tiene dentro el corazón de su escritor. Así que debe haber personas muy interesantes, fijándose uno en su manera de escribir... Y supongo que mi última tarea será encontrarlos.
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