Capítulo cuatro: Camino a los bosques de Orión.
Cuando la bóveda celeste dejó entrar los primeros rayos de sol a través de los pequeños ventanales de la casa rabbit, Froda y Barrancos ya estaban despiertos, y habían preparado todo lo suficiente para partir.
—Froda, este viaje va a ser cansado. No vamos a ir a un ritmo lento, así que prepárate. Tenemos que llegar cuanto antes a Riboadel, si no queremos que el señor claro resurja de sus cenizas cual fénix.
—Pero, ¿qué hay de la torre de Kazdragar? ¿Por qué no ayuda?
Barrancos permaneció callado durante algunos segundos.
—Precisamente has puesto el dedo en la llaga. La torre fue conquistada por un sirviente de Mordur. Pero, para que la gente no perdiese la esperanza, jamás se contó. Jack y Kirtash han ido a intentar reconquistarla. Allí tienen contactos. Antiguos amigos. Y están intentando que el primer término se elimine de la frase. Por ahora no puedo contarte nada más, si luego ellos quieren, te lo contarán.
Froda refunfuñó. Empezaba a sentir ligeramente el peso del piercing.
Llegada la noche, Froda y Barrancos se tumbaron a descansar. Los dos aprovecharon para admirar el paisaje que los rodeaba: a la derecha, a lo lejos, se veían los últimos edificios de Rabbiton. Si uno se fijaba bien, podía apreciarse como salía el humo por las chimeneas, trazando espirales que se asemejaban a los tirabuzones negros de Froda. A la izquierda, a poca distancia, comenzaban a verse los picos de los árboles más altos del bosque de Orión, tan altos que casi parecían tocar el cielo, y de un verde intenso, que a Froda le recordó a los ojos de Jack. Y, finalmente, arriba, un cielo azul muy oscuro, que empezaba a teñirse de negro, mientras comenzaban a salir las estrellas y la luna...
Pensando en esto, tanto Froda como Barrancos quedaron dormidos.
Se despertaron al alba, cuando el sol apenas empezaba a vislumbrarse entre las montañas. Y, después de un escaso desayuno, prosiguieron la marcha.
—Barrancos —empezó Froda —, no me gusta tener que llevar el piercing en la nariz, me molesta al estornudar.
—Eso piensan los que viven en estos tiempos. Sin embargo, esas decisiones no nos atañen a nosotros. Lo único que podemos decidir, es cómo invertir los puntos de experiencia que nos dan al subir de nivel.
—Barrancos, ¿qué te has fumado?
—María, pero eso no viene al caso. Tenemos que proseguir la marcha, si no quieres que el piercing devaste tu alma.
—Por cierto, ¿qué harán con el piercing una vez lo llevemos a Riobadel?
Barrancos se quedó durante unos minutos pensativo.
—Eso lo decidirá Elodin en su concilio. Suponemos que mandará a su hijo a Mordur, junto con unos cuantos aliados.
—Seguro que te escogen para proteger a su hijo, Barrancos.
—Y si no, me presentaré voluntario. Siempre me ha gustado vivir aventuras. Luego se liga más. Y tú, ¿qué harás después?
—Pues yo...
—¡Sh! ¡Calla! Noto una presencia que nos espía, ¡corre!
Barrancos y Froda emprendieron una enérgica marcha a través de los vastos bosques de Orión, intentando no alejarse demasiado de su destino, así como de despistar a sus perseguidores.
—¡Esperad! ¡Que somos nosotros!
A apenas unos escasos de la taberna donde habían quedado encontrarse, Barrancos y Froda se percataron de que sus perseguidores no eran otros que Jack y Kirtash.
—¿Y por qué no lo habéis dicho antes? -inquirió Froda.
—Supongo que por ahorrar más líneas estúpidas al escritor antes de llegar a nuestro encuentro. Bueno, entrad, tenemos mucho de lo que hablar.
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